miércoles, 8 de abril de 2020

El otro lado de la isla


Por Javier M.M.

Capítulo 2

Por un puñado de bayas

Kurisme e Íleon llevaban tiempo  caminando hacia el campamento que buscaban. En esta ocasión, Kurisme era el que iba atento y en constante tensión por la aparición de cualquier monstruo, mientras que Íleon se empezó a fijar en toda la vegetación que le rodeaba. Le impresionó la cantidad de tonos de colores que estaba apreciando, pero lo que más le gustó de ese segundo viaje fue el increíble silencio que se podía experimentar, exceptuando cada vez que Kurisme murmuraba que si realmente sabía lo que se hacía. Íleon dejó de prestarle atención tras un tiempo y cuando quiso darse cuenta habían llegado al campamento. Esta vez, Íleon pudo ver el campamento claramente, ya que estaba a plena luz del día, el campamento se situaba en un valle, estaba lleno de antorchas clavadas en la tierra, las cuales alumbraban los caminos que conectaban las chabolas, todos los caminos llevaban a una cabaña más grande, rodeada de antorchas apagadas, probablemente porque no era necesario encenderlas por el día. 
—Bueno, este es el lugar—dijo Íleon
—¿Crees que serán buena gente ?— 
—Yo creo que en esta isla hay de todo menos buena gente. —Kurisme estaba muy agobiado. 
Decidieron bajar de la especie de colina en la que estaban hasta lo profundo del valle, donde se situaba el campamento, aunque una vez se hubieron acercado bastante ese lugar parecía más bien una pequeña aldea,  estaba rodeada por una muralla de troncos de madera con sus extremos afilados, simulando pinchos, había una gran puerta que parecía la entrada a la aldea, estaba abierta por lo que la muralla era totalmente ineficiente. 
Kurisme e Íleon entraron sin más a la aldea, nadie vino a detenerles, se percataron de que en el pueblo no había más que gente tirada en el suelo, sentados o tumbados sobre mantas, algunos incluso tenían niños pequeños arropados con mantas deshilachadas, se veían a niños algo más mayores pero bastante delgados y llenos de barro jugando con un amasijo de pieles y fibras de plantas que imitaba una pelota. 
—La gente aquí está peor económicamente incluso que nosotros —dijo Kurisme.
—Pues sí, ¿qué les habrá llevado a estar tan mal? —preguntó Íleon.
—No lo sé, pero la cabaña grande tiene pinta de ser la del «jefe», quizás él pueda darnos una explicación sobre esto y también del paradero de Zacarías —dijo Kurisme mientras se acercaban a la cabaña grande.
En un momento dado, un niño de unos tres años aproximadamente tiró del pantalón de Kurisme y con cara de pena le extendió la mano, él entendió perfectamente que el niño le pedía comida, y de su bolsillo sacó una bolsita con unas bayas que se llevó de la cabaña de Zacarías para el viaje, sin embargo, cuando fue a dárselas un hombre muy corpulento cogió al niño de la mano de manera brusca, agarró el saco de bayas y se lo metió en el bolsillo, miró a Kurisme con muy mala cara y se fue rápidamente. Kurisme pudo observar como el guardia abría el saco y se comía algunas de las bayas antes de volver a cerrarlo. Íleon observaba algo incrédulo lo que estaba sucediendo, mientras tanto Kurisme no ocultó su molestia hacia aquel guardia y empezó a maldecir por lo bajo, se giró hacia el niño, que estaba sentado en el suelo, sollozando, se llevó la mano al bolsillo y tras sacarla, rápidamente se la tendió al niño para ayudarle a levantarse, cuando se puso en pie, Kurisme le soltó la mano, habiendo dejado en la del niño un puñadito de bayas, le guiñó el ojo al niño y se llevó el dedo índice a los labios, en señal de complicidad. 
Una vez el niño se hubo marchado junto con el regalo de Kurisme, él e Íleon siguieron su camino hacia la cabaña grande.
Caminaron por unas estrechas callejuelas entre las casas, había un montón de niños jugando por allí, ya iban a salir del callejón cuando una señora les empezó a llamar. 
—¡Muchachos! Nunca os había visto por el poblado ¿quiénes sois? 
La mujer estaba sentada en la entrada de su cabaña y les hacía gestos con la mano, indicándoles que se acercaran. Era muy morena y tenía el pelo negro y largo. 
Íleon y Kurisme se acercaron a donde estaba la mujer. 
—Hemos venido buscando a un amigo nuestro, que desapareció ayer —dijo Íleon.
—Ya decía yo que no me sonabais de nada, en fin, he visto lo que ha pasado antes con el guardia y mi hijo, quería daros las gracias.
—¡Ah! El chaval era tu hijo —dijo Kurisme. 
—Si, y aunque esté agradecida por vuestra amabilidad quiero que sepáis que os estáis poniendo en peligro haciendo estas cosas. 
—¿Nosotros? ¿por qué? —dijo Íleon, preocupado
—El líder de la tribu, el Gran Qu'ar es el que debe aceptar la ayuda a la ciudadanía, es lo que está escrito en las leyes Qu'ar.
— Entiendo, ¿y qué castigo puede haber por incumplir esa ley? —preguntó Kurisme. 
—Pues el castigo dependerá del humor con el que el Gran Qu'ar se despierte ese día. —contestó triste la mujer. 
Kurisme e Íleon se miraron durante un segundo. 
—Y ese Gran Qu'ar... ¿Cómo trata a los ciudadanos? ¿por qué sabiendo que hay gente pidiendo comida por la calle no permite las ayudas? —Íleon parecía intrigado a la par que molesto. 
—El Gran Qu'ar es un hombre muy orgulloso de su tribu, dice que no debe verse humillada a aceptar la caridad de nadie, dice que cualquier miembro ajeno a la tribu que ofrezca alimentos por caridad será penada gravemente —contestó la mujer.
—¿Y por qué el guardia no nos hizo nada? Simplemente me confiscó el saco y luego se comió las bayas —dijo Kurisme.
—Aquí pasan hambre hasta los guardias, si no os ha arrestado es para asegurarse de que volváis con más limosna que él os pueda volver a confiscar y así comérsela. No sería la primera vez que sucede. La mujer ahora parecía muy apenada. 
—Entiendo, ¿puede contarnos algo más del Gran Qu'ar? —dijo Íleon
—La verdad es que suele pasar la mayor parte del tiempo en sus aposentos en la gran cabaña del pueblo. Allí es donde reside, realmente ningún ciudadano tiene permitido entrar allí así que su vida es un misterio.
—Bueno, pues ya tenemos dos motivos por los que visitar a ese señor —dijo Íleon. 
—Por favor, no le hagan enfadar, y sobre todo, yo no os he dicho nada —suplicó la mujer.
Kurisme e Íleon se despidieron de la mujer y del niño al que ayudaron, que había salido a despedirse de su amigo Kurisme y siguieron avanzando hasta la cabaña grande. 
—Menudo personaje ese tal Gran Qu'ar, está arruinando a sus ciudadanos —dijo Kurisme. 
—Si, y eso de que casi nunca salga de su casa me da muy mala espina, por no hablar de que lo de las limosnas es deleznable. Sus ciudadanos no deberían recibir limosnas pero porque un buen líder no tendría a su pueblo muerto de hambre ¡no porque lo considere humillante! —exclamó Íleon. 
La gente se quedó mirando a Íleon. 
—Creo que has gritado mucho...—Kurisme puso cara de circunstancias, le dirigió una mirada a Íleon y apretaron el paso. 
Finalmente llegaron a la casa del Gran Qu'ar, la cual estaba rodeada de guardias. La cabaña era distinta a las demás, las de los ciudadanos eran más parecidas a chabolas, esta era una cabaña con una forma más estética, y bastante más grande. 
—Algo me dice que esos guardias no nos van a dejar pasar ni para atrás —dijo Íleon. 
—¿Y qué hacemos?—dijo Kurisme. 
Íleon se contuvo la risa y se llevó la mano al bolsillo, sacó un saco de bayas. 
—Jejeje... nos vamos a fundir las provisiones en esta expedición —dijo Íleon riéndose. 
—¿Qué planeas?—preguntó Kurisme, desconfiado.
—¿No nos dijo la señora que los guardias también pasaban hambre y se quedaban las limosnas?
—¿No estarás pensando aprovecharte de la pobreza de esta gente?—reprochó Kurisme. 
—Bueno, siempre podemos montarle un pollo al señor este cuando entremos  — dijo Íleon, mientras se acercaba a la puerta con el saco en la mano.
—Buenos días señores, mi compañero y yo hemos estado observa... —a Íleon no le dio tiempo a terminar la frase cuando el guardia le interrumpió. 
—¡Tú me suenas, eres el que iba con el chico que le dio comida a aquel niño!— exclamó el guarda, el otro guarda miró a Íleon y se acercó con intención de detenerlo. 
—¡Espera!— gritó el guarda a su compañero. 
—¿Cómo que espera? ¡Está incumpliendo la ley! —dijo el otro guarda, era bastante corpulento e intimidante. 
—Mira— el guarda no le hizo caso a su compañero y se dirigió a Íleon —Si no os detuve antes fue porque la cosa no está como para deshacernos de la gente que trae comida, y por lo que veo traes un saco de bayas en tu mano, por lo que quiero proponerte un trato mejor que el tú podrías proponerme a mí. —El guarda terminó de hablar e Íleon se guardó el saquito en el bolsillo. 
—¿Trato?— contestó Íleon.
—Mira, intuyo que si has venido aquí es porque quieres hablar con el Gran Qu'ar ¿verdad? —dijo el guarda. 
—Correcto —asintió Íleon. 
—Bien, os propongo lo siguiente, ¿si yo te consigo una audición con el Gran Qu'ar, tú podrías distraerlo el tiempo suficiente como para que el pueblo pueda organizarse y echarlo de la tribu? —dijo el guarda, esperanzado— Ese hombre es un tirano que tiene el pueblo sumido en la miseria, tenemos que movilizarnos si queremos sobrevivir a él. Yo me tomaré el tiempo de avisar a todos los guardas, no creo que ninguno esté en desacuerdo.
—Pero si es enemigo común del pueblo, ¿por qué no os movilizasteis contra él antes? 
Ahora fue el otro guarda el que habló.
—El Gran Qu'ar tiene amistades con los líderes de poblados cercanos, si damos un golpe de estado con él consciente de ello desde el principio, solo tendría que pedir ayuda y nos reducirían en seguida.—Hablaba a desgana, se le veía muy apenado.  
—Está bien, acepto el trato, si me disculpáis iré a hablar con mi compañero, a todo esto, ¿Cómo os llamáis?— dijo Íleon.
—Mi nombre es Du'ar y mi compañero se llama Kal'ar— dijo el guarda que había hablado primero. 
—Bien, pues yo me llamo Íleon, y mi compañero que espera allí a lo lejos se llama Kurisme.
Íleon volvió a donde estaba Kurisme y le comentó el trato que había hecho con Du'ar. 
— A resumidas cuentas, lo que tenemos que hacer es distraer al líder de la tribu para que el pueblo le monte una emboscada —dijo Kurisme tras la explicación
—¿Tenemos?—preguntó Íleon con sorna.
—No, TÚ te vas a encargar de negociar con el líder, mientras que yo organizo al pueblo. 
—¿Y desde cuándo tú organizas los planes?—preguntó Kurisme. 
—Desde que yo he negociado con los guardas, por lo que a ti te toca con ese señor —dijo Íleon con una pícara sonrisa mientras volvía a hablar con los guardas.
—¿Y bien?—preguntó Kal'ar, esperanzado. 
—Os cuento: mi compañero será el que tenga la audición con el gran Qu'ar, yo os ayudaré a organizar el golpe de Estado.
—¡Muchas gracias!—exclamó Du'ar mientras le daba un apretón de manos tan fuerte que a Íleon se le durmió la mano y el antebrazo.
—Bien, pues si te parece, yo iré contigo por el pueblo, informando del ataque, mientras que Du'ar le consigue la audición con el Gran Qu'ar a tu amigo —le dijo Kal'ar a Íleon. 
—Me parece perfecto —dijo Íleon.
Mientras tanto Kurisme se acercó a donde estaban para presentarse a los guardas.
—Bien, pues tú espera aquí un momento y en seguida estoy contigo, voy a avisar al resto de guardas —le dijo Du'ar a Kurisme. 
—El ataque será cuando hayamos reunido a todo el pueblo —dijo Íleon antes de irse junto a Kal'ar hacía la zona pobre del pueblo, que era todo el pueblo excepto la casa del líder.
—Y si se puede saber, ¿por qué queréis hablar con el despreciable Gran Qu'ar?
—Estamos buscando a un compañero que desapareció ayer, y cuando descubrimos vuestro poblado pensamos que igual podríamos obtener información de su paradero. ¿No has visto a algún forastero por aquí entre ayer y hoy?
—No tiene sentido mentirte, no he visto a nadie, no hay mucha gente que vea beneficioso venir aquí, y el Gran Qu'ar no toma rehenes casi nunca, solo si le han molestado demasiado.
—Bueno, por intentarlo que no quede —dijo Íleon— quizás sepa si ha acabado en alguno de los pueblos vecinos con los que tiene amistad.
—De eso sí que ya no puedo hablarte —dijo Kal'ar— se nos tiene prohibido hablar con otras tribus, el Gran Qu'ar dice que sería rebajarse al nivel de las tribus inferiores. 
—Ese hombre está como una cabra —dijo Íleon, molesto. 
Kal'ar simplemente suspiró resignado.



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