domingo, 28 de junio de 2020

El gran Qu'ar

Capítulo 3

Por Javier M.M:

Mientras Kal’ar e Íleon reunían a la gente del poblado, Du’ar le consiguió una cita a Kurisme con el gran Qu’ar.

—Bien, acompáñame, y recuerda guardar las formas —le dijo Du’ar a Kurisme. Du’ar llevó a Kurisme a través de un estrecho y oscuro pasillo, hecho de tablones de madera, que estaba iluminado por antorchas. Kurisme lo encontró contraproducente teniendo en cuenta la alta probabilidad de incendio que eso suponía. 

—Escucha, cuando estés en frente del Gran Qu’ar lo que debes hacer es arrodillarte sobre tu pierna derecha, una vez te hayas levantado de nuevo y le estés hablando, debes mirarle a los ojos sin apartar la mirada, ya que si no lo haces lo consideraría una falta de respeto —dijo Du’ar. —¿Por qué exactamente?— preguntó Kurisme.

 —Ese es el protocolo que nos obliga a seguir, nunca nos ha dado una explicación, y nunca se la hemos pedido.—contestó Du’ar. Llegaron a una sala relativamente grande, construida con madera e iluminada con antorchas desde el interior, Kurisme no podía evitar el prestarle excesiva atención a este detalle, y cada vez estaba más preocupado porque no hubiera un incendio. La sala estaba totalmente cerrada, lo cual explicaba las antorchas como método de iluminación, estaba totalmente hecha de madera y al fondo se podía observar una enorme puerta también de madera, Du’ar se aproximó y abrió la puerta lentamente. Kurisme y Du’ar cruzaron la puerta, detrás de esta había otra sala, en cuyo centro se hallaba un gran trono de piedra en el que se podía ver a un hombre muy corpulento, de piel morena y cubierta de tatuajes, y vestido con valiosas pieles de exóticos animales. 

—Du’ar, ¿Quién es ese forastero, y por qué lo traes ante mí?— preguntó el Gran Qu’ar, su voz era grave y ronca, e imponía, incluso más, debido al eco de la habitación. Du’ar se arrodilló de la manera que le indicó a Kurisme y le hizo un gesto a este para que lo imitase, Kurisme lo hizo.

 —Gran Qu’ar, este sujeto ha solicitado hablar con su excelencia, por lo que lo traje aquí —dijo Du’ar. El gran Qu’ar no trató de ocultar la pereza que le daba tener que hablar con Kurisme, pero le concedió la palabra. 

 —¿Qué quieres forastero?— preguntó desganado el Gran Qu’ar. 

 —Venía porque quería preguntarle si últimamente algún guardia o soldado suyo ha apresado a un hombre llamado Zacarías.—preguntó Kurisme, inocentemente. El Gran Qu’ar estalló en risas.

—¿Pero quién te has creído que eres, por qué debería decirle eso a un forastero ajeno a mi gran pueblo?— preguntó el Gran Qu’ar, pasando de la diversión al enfado. 

 —¿Cómo osas venir a mi pueblo y preguntar con toda tu cara sobre cosas que no te incumben? —preguntó alzando la voz. 

 —Por supuesto que me incumben señor, ese hombre es mi amigo, y aparentemente ha desaparecido, siendo ustedes la aldea más próxima a dónde vivíamos nosotros, son los principales sospechosos —dijo Kurisme sin retirar la mirada del Gran Qu’ar.  

—Eres un insolente, ¡Du’ar, inmovilizalo! —exclamó el Qu’ar. Du’ar titubeó un momento, pero decidió hacer el paripé de inmovilizarlo, Kurisme le siguió el juego y permitió que le inmovilizaran.

—Llévatelo al calabozo, hasta que decida qué hacer con él . Du’ar ató las manos de Kurisme con una cuerda, nada más salir de la cámara del trono le aflojó la cuerda que ataba sus manos. 

 —Debo llevarte a los calabozos, ya has visto, no hay manera de que te vaya a decir si ese amigo tuyo esté aquí o no.—dijo Du’ar. 

—No importa, llévame allí, así sabré si Zacarías está arrestado o no. De repente las puertas principales de la gran cabaña se abrieron de golpe y un montón de pueblerinos armados con antorchas entraron a la fuerza, liderados por Kal’ar e Íleon. 

 —¡Rápido desátame las manos, revisemos los calabozos! Du’ar y Kurisme fueron a los calabozos, los cuales estaban totalmente vacíos. 

 —Ya te dije que aquí no viene nunca nadie, por eso casi no hay prisioneros— dijo Du’ar

 —¿Y entonces por qué se ofendió tanto el Qu’ar cuando le pregunté? 

—Se habrá sentido ofendido por que banalizaste algo como los prisioneros de su mandato. 

 —Menuda estupidez —dijo Kurisme. Los dos volvieron a la puerta, vieron que todo el mundo, incluido los guardias se habían rebelado contra el Qu’ar. Llegaron a la sala del trono, donde encontraron al Qu’ar amordazado en el suelo y con Íleon pisándole en señal de victoria. 

 —¡Hey Kurisme! ¿Habéis averiguado algo sobre el paradero de Zacarías?— preguntó Íleon. 

 —Que va, los calabozos están vacíos, aquí no se ha arrestado a nadie.— contestó Kurisme.

—Bueno, al menos hemos apresado a este explotador, ¿qué haréis con él? —le preguntó Íleon a Kal’ar. —Pues eso no lo habíamos pensado, la verdad. 

—Tengo una idea, ¿y si Kurisme y yo nos lo llevamos lejos de aquí a interrogarlo, y así os lo quitamos de encima? —dijo Íleon. 

 —No le veo el sentido, pero con tal de quitárnoslo de encima, me parece bien.— dijo Kal’ar. 

— ¿Qué pensáis vosotros? —le preguntó Kal’ar al resto de ciudadanos, todos estuvieron de acuerdo en que Kurisme e Íleon se lo llevaran.
Hicieron un jugo de baya narcótica que había en la gran despensa de la cabaña del Qu’ar y se la hicieron beber, quedando profundamente dormido, los ciudadanos otorgaron a Kurisme y a Íleon un caballo bastante robusto, para que pudieran irse con el Qu’ar a hombros. Los dos amigos se quedaron hasta el día siguiente, ya que el pueblo decidió otorgar los cargos de líderes de la aldea a Du’ar y a Kal’ar por su labor, y se quedaron a la celebración que hicieron en su honor, cada cierto tiempo iban dando más zumo de baya al Qu’ar para que siguiera dormido. Al día siguiente el pueblo agradeció a Kurisme y a Íleon con un montón de comida que robaron de las cámaras del Gran Qu’ar, para que estos pudieran continuar con su viaje hacia un lugar alejado para interrogar al Qu’ar sin preocupaciones, tras esto, los dos amigos partieron hacia las montañas.