Una larga noche
El atardecer. Ese precioso momento en el que el Sol y la
Luna se encuentran en el cielo. Ese momento en el que decenas de colores se
funden, todos en perfecta armonía. El atardecer, ese momento que nos enseña que
toda la luz en algún momento tiene que acabarse, tiene que esconderse para dar
lugar a una oscuridad matizada por la luna. En este momento, mi vida, se sentía
como en un atardecer.
Llevaba más de tres horas sentada en ese sofá, asimilando
todo e intentando dar un sentido, aunque fuera un poco lógico, a todo esto. No
me moví del sofá en todo ese tiempo. Estaba en shock, y lo sigo estando.
Salgo de mi mar de pensamientos con teorías infundadas al
escuchar tres leves toquecitos en la puerta, seguidamente se oye al otro lado
la voz de Mer:
—Kath, llevas ahí metida mucho tiempo,—dice intentando
camuflar su preocupación, al ver que no recibe una respuesta continúa— ¿puedo
pasar y hablamos un rato?
Me lo pienso unos segundos. Seguramente si la dejo entrar
rompería a llorar o incluso diría cosas de las que luego me arrepentiría.
Dispuesta a decirle que no, abro la boca, pero un recuerdo pasa por mi mente.
El día en el que murió mi abuela Sunshine. Era una mujer humilde y bondadosa.
De ella aprendí demasiadas cosas, pero no fue sino segundos antes de su muerte
cuando me daría la mayor lección de mi vida.
—Hija,—empezó agonizando mi pobre abuela— quiero que
recuerdes esto siempre.—asentí, dando a entender que le estaba prestando
atención— Nunca rechaces a la gente que te quiera prestar su ayuda en momentos
críticos. No le des la espalda a gente que te está dando la mano con la mejor
intención. No permitas que tu orgullo te domine y que te encierre en ti misma.
Eso solo hará que en tu corazón solo habite el odio y rencor. Tienes que llevar
la humildad como bandera, ser ejemplo de ella. Porque la humildad no es ser
pobre, la humildad no te la da el sitio del que vienes. La humildad es saber
que todos tenemos los mismos derechos y que todos tenemos dignidad. La humildad
es no hacer distinciones ni clasificar a las personas por su raza, sexo, lugar
del que provienen, religión o creencia. La humildad es saber que tú eres igual
al panadero, o que el panadero es igual a ti. La única diferencia es que tu
deber es hacer que prime esa humildad. Y recuerda, no dejes que nada te
envenene, tú vales más que eso.
— Y con esto expiró.
Me sequé una pequeña lágrima traicionera, respire hondo y le
dije a mi hermana que pasase. Ella entra sorprendida por mi respuesta y se
sienta al lado mío con las piernas cruzadas.
—Pensaba que no me ibas a dejar entrar—dice para empezar a
entablar conversación— no tienes que preocuparte. Todo va a estar bien.
—No me preocupa si vaya a estar bien o no, —mentí, la verdad
es que me aterraba que Ash fuese a ese sitio, pero no iba a admitirlo en voz
alta, no ahora que estaba enfadada con él— estoy dolida porque me han mentido,
nos han mentido,— rectifico después de un segundo— todo este tiempo sabían que
el libro existía, sabían que la magia existía, y no nos han dicho nada. ¿No se
supone que voy a ser la futura reina? ¿No se supone que debo conocer todos los
peligros que puedan amenazar la paz en Cumbia? Y no solo eso,— digo dispuesta a
admitir lo que más me duele en voz alta— Ash, nuestro hermano, mi hermano
mellizo, nos ha ocultado todo este tiempo que quería estudiar magia, que su
sueño es irse a la mejor academia de alquimia del mundo y convertirse en mago.
Eso es lo que más me duele, que mi hermano me haya ocultado todo esto. Pensaba
que éramos uno. —finalizo secándome otra lágrima traicionera.
Mi hermana al verme tan deshecha no lo duda ni un segundo y
me abraza. Puede sonar idiota pero ese abrazo es lo único que había necesitado
todas estas horas. Tras unos segundos se despega de mi pero no del todo, me
mira pensando cuidadosamente qué decir pues sabe perfectamente que soy un poco
irascible.
—Hermana, sabes que papá y mamá nos lo ocultaron para
protegernos. La magia negra parece muy oscura. Ellos quieren lo mejor para ti.
Lo sabes de sobra.
—Lo sé Meredith, pero creo que prefiero la verdad a estar
expuesta al peligro de la hechicería. A parte, el intento de protegernos no ha
servido de mucho, Ash está a punto de meterse de lleno en este mundo y aunque
desconocemos todavía muchas cosas sabemos de sobra lo peligroso que es.
—Todos sabemos el peligro que corre Ashton. Él más que
nadie. Pero está completamente convencido de que ha encontrado su lugar en la
tierra en esa academia. Y no podemos hacer nada para que cambie de opinión.— me
dijo mi hermana en tono neutro, parecía despreocupada pero sabía de sobra que
solo estaba intentando controlarse para que yo no me pusiera más nerviosa.—
Tenemos que aceptarlo, y ya está. Además, no sabemos si le han aceptado o no.
Mamá me ha dicho antes que las posibilidades de entrar son mínimas. Es una de
las academias de magia más exigentes. Es la mejor de todas, aunque, sabiendo
que solo hay cuatro, tampoco es tan difícil.— dice con picardía. No nos queda
otra. Yo me limito a reír. Después de unos segundos en silencio
decido hablar.
—Gracias Mer, tienes razón. No nos queda otra que esperar
los resultados y apoyar a Ash.
—Deberías irte a dormir. Mañana será un día largo y las
reinas siempre tienen que estar a tope.— me dice levantándose y tendiéndome la
mano para que me levante. Yo la acepto, me levanto y caminamos juntas en
silencio hasta mi cuarto. Nos despedimos casi en un susurro y entró en mi
habitación.
Me pongo el pijama, me lavo los dientes y me meto en la
cama. Vuelvo a pensar en todo lo sucedido, me levanto, voy al baño, doy
vueltas, me tapo con la colcha, me destapo… Pienso y pienso sin ningún
resultado. Hasta que decido cerrar los ojos. No sé cuánto tiempo pasa, tampoco
si he dormido mucho, pero me despierto por un fuerte golpe en mi puerta. Estoy
confusa, miro el reloj y… ¿De verdad son las tres de la tarde?
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