El otro lado de la isla. Capítulo 4
Tras varias horas de viaje entre espesos
bosques en las montañas Kurisme e Íleon encontraron un tranquilo pueblo donde
pasar la noche. Dejaron al caballo de los Qu’ar en los establos de las afueras
del pueblo y se alejaron de allí hacia una zona apartada, allí se prepararon
para interrogar al líder de los Qu’ar, el cual se estaba empezando a
despertar.
—Kurisme, voy a volver al pueblo y veré si
hay algún sitio donde podamos descansar esta noche.— dijo Íleon— ¿Te
encargas tú de él?
—Está bien— dijo Kurisme.—Ahora nos
vemos.
Íleon se fue de la pequeña cueva que
habían encontrado en el bosque y se fue hacia el pueblo donde habían dejado al
caballo.
Íleon pasó por un camino asfaltado que
llevaba hasta la entrada del pueblo, el camino estaba iluminado por varias
farolas, lo que permitió que Íleon pudiera ver el paisaje a su alrededor algo
más lúcido en la oscuridad de la noche, pudo ver el pueblo muy a lo lejos,
rodeado por la espesura de los bosques, que escalaban la ladera desigual de la
montaña, no estaban en la cima de esta, aun así se podía apreciar el mar, el
cual parecía un enorme vacío en el horizonte debido al reflejo de la noche,
solo con imaginarse nadando allí, la talasofobia invadió el cuerpo de
Íleon.
Conforme se acercaba al pueblo por el
camino, Íleon comenzó a notar una brisa fría, la cual asoció a que se
encontraba en una montaña, continuó apreciando el paisaje alrededor como
buenamente pudo, vio las luces del pueblo el Qu’ar desde la lejanía, observó
los bosques y prados, realmente habían recorrido un largo camino hacia las
montañas.
Íleon llegó al pueblo, las casas estaban
agrupadas en pequeños edificios, todas las casas estaban iluminadas, todas las
farolas de la ciudad estaban encendidas, a Íleon le impactó el repentino
contraste entre las cabañas del poblado y las farolas e iluminación viva del
pueblo, el cual le cautivó, sin duda parecía un muy buen lugar para
vivir.
Caminó por las calles del pueblo, a pesar
de que todo estaba iluminado, en la calle no había nadie, parecía que todo el
mundo estuviera recluido en sus hogares, Íleon se preguntó cómo la gente
prefería quedarse en sus casas en lugar de disfrutar de la noche en el
pueblo.
Íleon estaba tan obnubilado con el pueblo
que se olvidó completamente de lo que estaba haciendo, se encontraba solo dando
vueltas por las calles, había tiendas, terrazas, e incluso unos jardines en lo
que parecía la plaza del pueblo, sin embargo todos los lugares por los que pasó
estaban totalmente vacíos.
Entró a los jardines, estaban iluminado
por diversas farolas, y había varios puestos de comida y mesas, estaban
totalmente desatendidos.
Mientras Íleon caminaba, el aire frío le
golpeó en la cara incluso más fuerte, de repente este parecía mucho más
cargado, como si estuviera en medio de una espesa niebla, el ruido de algo
metálico arrastrándose comenzó a sonar, cada vez más cerca, unos silbidos
comenzaron a resonar, de repente Íleon sintió el irrefrenable deseo de huir.
Íleon corrió como alma que lleva al
diablo, no sabía qué le perseguía, si es que algo o alguien le perseguía, pero
él no tenía intención de quedarse a comprobarlo, su primer impulso fue correr a
donde estaban los establos, sin embargo no estaba seguro de si sería alcanzado
por lo que fuera que estaba detrás de él.
Mientras corría por una calle, vio que una
puerta estaba abierta y una mujer le hacía gestos para que entrara, no se lo
pensó dos veces y entró corriendo.
Mientras todo esto sucedía, el jefe Qu’ar
acababa de despertar, intentó escapar pero seguía completamente atado y
amordazado, Kurisme se le acercó y desató la cuerda que le ataba la
boca.
—Bueno, pues ahora me vas a tener que
contar varias cosas compañero, para empezar, dime que le hacéis a los
forasteros que arrestáis en el pueblo.
—Devuélveme a mi pueblo, no te lo pienso
contar —le cortó el Qu’ar.
—Lamento decirte que ese pueblo ya no es
tuyo, ni los habitantes quieren verte ni nosotros queremos devolverte— le
contestó Kurisme.— por lo que más vale que me digas, qué hacéis con los
prisioneros, y una vez me lo hayas dicho te liberaremos, pues tal vez te
aprisionemos en alguna parte del bosque.
—Con los prisioneros no hacemos nada, la
gente no viene porque los guardias los expulsan violentamente, ¿acaso crees que
voy a permitir que un forastero preso fuese a vivir gratis en mi glorioso
pueblo?— dijo el Qu’ar— No sé quién es tu amigo, y no ha pasado por mi pueblo,
pero aunque lo hubiese hecho, no estaría en mis calabozos, esos solo son para
ciudadanos de mi pueblo.
Kurisme hizo una mueca y usó la cuerda con
la que amordazó al Qu’ar para luego usarla para esposar al Qu’ar, los dos se
levantaron y Kurisme le sacó del «refugio» en el que estaban.
—¿A dónde me llevas?— preguntó el
Qu’ar.
—Nos vamos a acercar al pueblo, Íleon está
tardando en venir, más te vale no montar jaleo o te amordazo de nuevo —dijo Kurisme.
La mujer que había incitado a Íleon a
entrar le sirvió un café, estaban en una posada. La posadera era una mujer algo
mayor, con el pelo oscuro y canoso, llevaba un vestido negro con un delantal
también negro, iba con una bandeja en la mano aunque solo iba a servir un
café.
— Forastero, déjame decirte que has sido
un necio saliendo a esta hora a la calle.— le dijo mientras Íleon bebía el café.
— ¿Qué estabas haciendo?
—Yo estaba buscando un lugar donde pasar
la noche, pero de repente algo muy extraño comenzó a pasar, no sé muy bien qué
pasó, pero sentí un irrefrenable deseo de huir. ¿Tiene eso algo que ver con que
no pueda salir a la calle a esta hora?
La posadera le hizo un gesto con la mano,
señalándole que esperara un momento, y se fue por una puerta en la que ponía «administración».
Mientras se bebía el café, Íleon se tomó
el tiempo para apreciar la decoración de la posada, las paredes estaban hechas
de ladrillos blancos y el suelo era de madera. La puerta de madera oscura tenía
una pequeña ventana cerrada, a los lados de la puerta había un paragüero vacío,
al otro lado había una maceta con un pequeño árbol, era un limonero. El
mostrador estaba hecho de madera oscura, encima del mostrador había una caja
registradora y un tarro de cristal con una pegatina en la que ponía «propinas».
Al fondo de la habitación en la que estaba Íleon, la cual por el gran número de
mesas se deducía que era el comedor, había unas escaleras de caracol,
probablemente llevarían hacia las habitaciones.
La posadera salió del cuarto de
administración y le dio unas llaves a Íleon.
—Para tí, ya que no tienes donde dormir te
daré una habitación vacía para esta noche.
—Muchas gracias.—le agradeció Íleon
mientras apuraba el café.
—Mañana seguirás contándome, ahora
descansa.
Íleon subió por las escaleras, las cuales efectivamente
llevaban a las habitaciones, en su llave ponía «A113», buscó la habitación que
tenía ese nombre y abrió la puerta con la llave.
No era una habitación muy grande, pero
tenía lo necesario, había un armario con unas diez perchas en su interior, un
escritorio con un flexo y un cajón con unos treinta y cinco folios, a la
izquierda del escritorio estaba la cama, perfectamente hecha e impoluta,
parecía nueva, al lado de la cama había otro armario lleno de sábanas y
almohadas de recambio. Al fondo de la habitación había un baño con una ducha y
un váter.
Íleon se tumbó en la cama y mientras
cerraba los ojos se percató de una cosa.
—¡MIERDA! ¡KURISME Y EL QU’AR!— Exclamó
Íleon.—¡SI VEN QUE NO VUELVO VENDRÁN AQUÍ Y CORRERÁN PELIGRO!
Íleon se levantó de un salto y salió de la
habitación, bajó de nuevo al comedor, que ahora estaba vacío y las luces
estaban apagadas, miró por una ventana, pudo ver a Kurisme y al Qu’ar caminando
por la calle, les hizo gestos de que entraran, pero no lo vieron, empezó a dar
golpes a la ventana, logrando llamar la atención del Qu’ar.
—¿Oye ese no es tu amigo?— dijo el
Qu’ar.
—¡Sí, es Íleon!.—Kurisme le saludó.—¡Hey!
¡Has conseguido un lugar donde dormir!
—Íleon le hizo gestos con la mano,
indicando que entrara deprisa.
Kurisme llevó al Qu’ar, aún esposado,
dentro de la posada, Íleon cerró la puerta casi al instante de dejarles pasar,
y les llevó sin hacer ruido hacia su habitación.
—¿Por qué tantas prisas?— preguntó el
Qu’ar.
Íleon les contó lo que le había pasado, y que
estaba prohibido salir a la calle a esa hora.
—Genial, esta noche no voy a dormir —dijo
Kurisme.—¿No te ha explicado la posadera qué ha pasado?
—Me dijo que mañana me explicaría.— dijo
Íleon.
Tras esa conversación, Kurisme se fue a
dormir con la intriga. Íleon durmió en la cama, Kurisme sacó una almohada y una
sábana del armario y se tumbó en el suelo, le dio otra almohada al Qu’ar, que
durmió apoyado en la pared.
Íleon despertó el primero, fue al baño y
se dio una ducha, la cual agradeció, teniendo en cuenta que llevaba varios días
bañándose únicamente en el mar cuando construía el barco junto con Zacarías y
Kurisme.
Una vez se duchó y se vistió bajó al
comedor, donde se llevó una sorpresa.
El comedor estaba abarrotado de gente,
había familias desayunando en las mesas, gente hablando tranquilamente, incluso
haciendo la compra, no pudo encontrar una sola mesa libre, por lo que se acercó
al mostrador, para hablar con la posadera, sin embargo ella estaba ocupada
hablando con un señor que había encendido un cigarrillo dentro de la posada, a
pesar de los carteles que señalaban que no estaba permitido fumar dentro.
Se acercó a la ventana, el pueblo estaba
lleno de gente yendo de un lado para otro, parejas con las bolsas de la compra,
niños corriendo y jugando por las calles, terrazas llenas de gente disfrutando
de la mañana, en el pueblo se respiraba un ambiente agradable, el cual
sorprendió a Íleon siendo que cuando llegó la noche anterior este parecía
abandonado.
Volvió a la habitación, donde Kurisme y el
Qu’ar estaban devorando las bayas que les regalaron en el pueblo, a pesar de
que Kurisme no quería dar el regalo de los aldeanos al Qu’ar, al final decidió
no ser tan cruel y compartir un poco con el Qu’ar, quizás le sirviera de
lección de vida.
—¿Has mirado por la ventana? Es increíble
cómo está el pueblo de animado, quién lo hubiera dicho ayer, es extraño
¿verdad? tampoco vinimos tan tarde, apenas había anochecido. dijo Kurisme
hablando muy rápido.
—¿Has hablado con la posadera?— preguntó
el Qu’ar.
—No, estaba ocupada hablando con un señor.—
contestó Íleon.
—Bueno, salgamos a disfrutar del pueblo
mientras esto se vacía un poco, igual encontramos pistas sobre Zacarías por
aquí.— dijo Kurisme.
—Buena idea— dijo Íleon saliendo de la
habitación.
Kurisme desesposó al Qu’ar.
—Estamos muy lejos del pueblo y estabas
dormido, no tienes donde huir, así que ya no tiene sentido mantenerte
esposado.
El Qu’ar movió las muñecas, las cuales ya
tenía dormidas, y siguió a Íleon, que ya estaba bajando las escaleras, como si
nada hubiera pasado.
—Baja los humos o te ato otra vez— dijo
Kurisme enfadado por la soberbia del Qu’ar.
Los tres salieron de la posada y siguieron
a Íleon hacia la plaza del pueblo.
Javier M.M.
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